En los últimos años, el autor de La
casa verde ha mostrado cierta preocupación por explicar sus preferencias y desencantos
políticos. Entre las primeras figura, por ejemplo, el Gobierno de su país,
encabezado por Fernando Belaúnde Terry; entre los segundos están la revolución
cubana y, de un tiempo a esta parte, la revolución sandinista. Desde 1960 a la
fecha, Vargas Llosa ha efectuado un viraje espectacular en sus predilecciones
políticas, y si bien siempre se ha esforzado por demostrar que su desvelo
especial es la libertad, lo cierto es que hace quince años era entusiastamente
apoyado por las izquierdas latinoamericanas, y hoy en cambio es halagado y
arropado por las derechas. Es claro que en aquel apoyo y en este sostén caben
anchas franjas de malentendidos que no corresponden al autor en cuestión, pero
de todas maneras son señales a tener en cuenta. Las izquierdas suelen
equivocarse en sus fervores; las derechas, casi nunca.
Me parece absolutamente legítimo que
un escritor, y más si es alguien conocido y admirado como Vargas Llosa, se
sienta tan presionado por la realidad como para pronunciarse frecuentemente
sobre ella. La circunstancia de que muchos intelectuales latinoamericanos, a
pesar de no practicar la obsecuencia ni la obediencia ciega que suele
atribuirnos Vargas Llosa, mantengamos nuestra adhesión a las revoluciones de
Cuba y Nicaragua no nos impide comprender que vanos aspectos de esas realidades
hieran, vulneren o incluso descalabren ciertas pautas y arquetipos de otros
intelectuales. De modo que mientras Vargas Llosa se limitó a expresar su visión
personal de lo que consideraba un sistema político ideal (modelo que, con los
años, se fue desplazando de Cuba a Israel), así como sus implacables juicios
ante los arduos procesos revolucionarios, la distancia entre sus posiciones y
las de la mayoría de los intelectuales latinoamericanos sigue creciendo, pero el
respeto mutuo se mantuvo. Hoy Vargas Llosa reconoce de manera explícita (véase
la entrevista concedida a Valerio Riva en Panorama, Roma, 2 de enero de 1984)
que su postura es francamente minoritana entre los intelectuales de nuestros
países.
Esa comprobación no sólo lo sacude y
lo irrita, sino que lo lleva a un nivel de agravios que no suele ser moneda
corriente en el mundo cultural latinoamericano, donde siempre han existido y
coexistido enfoques diversos y hasta contradictorios.
Frecuentemente leo artículos de
Vargas Llosa y entrevistas que concede a los medios de comunicación; sin
embargo, en el reportaje de Panorama antes mencionado encuentro por vez primera
algunas tajantes afirmaciones que nunca vi reflejadas en sus colaboraciones
latinoamericanas. Pude leer esa nota porque unos amigos me la enviaron desde
Italia debido a que yo era allí directamente aludido. Corruptos y contentos
titula Valerio Riva a toda página el artículo en cuestión, sintetizando así el
diagnóstico de su ilustre interlocutor acerca de sus colegas latinoamericanos.
Sólo menciona tres excepciones (aclara que «hay que buscarlas con linterna»);
Octavio Paz, Jorge Edwards y Ernesto Sábato, pero tengo mis dudas de que este
último se sienta halagado por integrar la terna. Según declara Vargas Llosa, el
llamado caso Padilla le restituyó la soberanía individual, y desde entonces ya
no se siente «una suerte de zombi, de robot, de instrumento», como sugiere que
todavía han de sentirse muchos de sus colegas. Traza una línea divisoria entre
los intelectuales de Europa y los de América Latina: «Entre los intelectuales
europeos de izquierda ha tenido lugar un saludable replanteamiento, pero en
América Latina la mayoría baila aún obedeciendo a reflejos condicionados, como
el perro de Pavlov». Cuando Valerio Riva le pregunta cuántos y quiénes son esos
«intelectuales condicionados», Vargas Llosa responde: «Gabriel García Márquez,
Mario Benedetti y Julio Cortázar. Éstos son los más ilustres, pero luego hay un
número infinito de intelectuales medianos y menores, todos perfectamente
manipulados, subordinados, corruptos. Corruptos por el reflejo condicionado del
miedo de afrontar el mecanismo de satanización que posee la extrema izquierda.
(...) Intelectuales respetabilísimos tragan las mentiras más infames
simplemente para no ser triturados por ese mecanismo de difamación».
Entiendo que el propio Vargas Llosa
no es una aceptable prueba de su teoría, ya que desde hace años se viene
despachando a gusto sobre algunas de nuestras más firmes convicciones, y sin embargo
no parece haber sido muy triturado: no sólo no recuerdo que nadie lo haya
tratado de «corrupto y contento», ni siquiera de «perro de Pavlov», sino que
más bien ha sido promocionado, elogiado, editado, premiado y traducido como
pocos escritores de este mundo. Tal vez su caso podría ser ejemplo del
extraordinario apoyo que puede lograr un escritor cuando, además de producir
excelentes obras, ataca las posiciones y actitudes de izquierda.
Realmente, Vargas Llosa no es
demasiado convincente como modelo de intelectual triturado.
Pero no se detiene allí: «En los
países del Tercer Mundo y sobre todo en América Latina, el intelectual es un
elemento fundamental del subdesarrollo. No es alguien que lucha contra el
subdesarrollo, sino que él mismo es un factor de subdesarrollo, ya que es un
gran propagador de estereotipos y crea reflejos intelectuales condicionados. Al
repetir todos los lugares comunes de la propaganda, termina por obstruir
cualquier posibilidad de creación de nuevas fórmulas de liberación», Tengo la
impresión de que la teoría de los reflejos condicionados ha ido condicionando a
Vargas Llosa. Gracias a Pavlov sabemos ahora que el subdesarrollo no es una
consecuencia del desarrollado y subdesarrollante imperialismo, ni de las
intocables transnacionales, ni del extendido analfabetismo, sino del
alfabetizado y maligno intelectual. Toda una revelación, aunque nos sea difícil
imaginar (quizá debido a que somos zombis o robots) que Carpentier o Neruda
resulten más culpables de nuestras miserias que la United Fruit o la Anaconda
Copper Mining. Es probable que cuando Vargas Llosa menciona el carácter
corrupto (y contento) de la mayoría de los escritores latinoamericanos esté
pensando en el oro de Moscú. Lamentamos desilusionarlo. Ni los mejores
atornillados robots de entre nosotros hemos tenido acceso a esa cuota áurea.
Supongo que no se referirá a los derechos de autor generados en los países
socialistas, en primer término porque son harto dificiles de cobrar, y en
segundo, porque el propio Vargas Llosa ha sido profusamente publicado por las
editoriales comunistas.
A un intelectual del alto rango
artístico de Vargas Llosa debe exigírsele una mínima seriedad en los planteos
políticos, particularmente cuando éstos ponen en entredicho la probidad de sus
colegas. Hablar de «corruptos y contentos» en una rejón del mundo en la que hay
tantos intelectuales perseguidos, prohibidos, exiliados; donde hay por lo menos
veintiocho poetas (incluido su compatriota Javier Heraud) que perdieron la vida
por causas políticas; un continente que ha conocido el holocausto de Rodolfo
Walsh, Haroldo Conti, Paco Urondo; la desaparición de Julio Castro; el
asesinato de Roque Dalton e Ibero Gutiérrez; la prisión de Carlos Quijano y
Juan Carlos Onetti; la tortura de Mauricio Rosencof y la muerte heroica de
Leonel Rugania; hablar de «corruptos y contentos» en ese marco de
discriminación y de riesgo, de amenazas y de crimen es, por lo menos, una
actitud insoportablemente frívola.
Ni corruptos ni contentos. El
segundo calificativo es casi tan grave como el primero, y revela el mismo
desconocimiento del material humano que hoy sostiene y profundiza la cultura de
América Latina. ¿Cómo podremos estar contentos si en cada minuto muere un niño
en América Latina debido a hambre o a enfermedad; si cada cinco minutos ocurre
un asesinato político en Guatemala; si hay treinta mil desaparecidos en
Argentina?
Confieso que, en el fondo, ésta
ráfaga de agravios, esta virulenta ofensiva que Vargas Llosa dedica a aquellos
intelectuales que no comparten sus ideas, me decepciona bastante. Precisamente
por haber disfrutado tanto, como lector, de la obra de Vargas Llosa, me
entristece particularmente esta injusta diatriba, esta falta de mínimo respeto
a quienes, como él, aunque probablemente no tan bien como él, luchamos a diario
con la palabra y tratamos de convertirla en literatura, es decir, en patrimonio
de todos. Hace tiempo que nos hemos resignado a que no esté con nosotros, en
nuestra trinchera, sino con ellos, en la de enfrente, pero en cambio no podemos
resignarnos a que, por diferencias ideológicas o amparado quizá en las
dispensas de la fama, recurra al golpe bajo, al juego ilícito, para reforzar
sus respetables argumentos.
Afortunadamente, la obra de Vargas
Llosa está netamente situada a la izquierda de su autor, y seguirá siendo leída
con fruición por los zombis, los robots y los perros de Pavlov.
Libros Tauro
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