Dos poemas para recordarla:
DOS DE NOVIEMBRE
No quiero
Que mis muertos descansen en paz
Tienen la obligación
De estar presentes
Vivientes en cada flor que me robo
A escondidas
Al filo de la medianoche
Cuando los vivos al borde del insomnio
Juegan a los dados
Y enhebran su amargura.
Los conmino a estar presentes
En cada pensamiento que desvelo
No quiero que los míos
Se me olviden bajo tierra
Los que allí los acostaron
No resolvieron la eternidad
No quiero
Que mis muertos me los hundan
Me los ignoren
Me los hagan olvidar
Aquí o allá
En cualquier hemisferio
Los obligo a mis muertos
En su día
Los descubro, los trasplanto
Los desnudo
Los llevo a la superficie
A flor de tierra
Donde está esperándolos
El nido de la acústica.
No quiero
Que mis muertos descansen en paz
Tienen la obligación
De estar presentes
Vivientes en cada flor que me robo
A escondidas
Al filo de la medianoche
Cuando los vivos al borde del insomnio
Juegan a los dados
Y enhebran su amargura.
Los conmino a estar presentes
En cada pensamiento que desvelo
No quiero que los míos
Se me olviden bajo tierra
Los que allí los acostaron
No resolvieron la eternidad
No quiero
Que mis muertos me los hundan
Me los ignoren
Me los hagan olvidar
Aquí o allá
En cualquier hemisferio
Los obligo a mis muertos
En su día
Los descubro, los trasplanto
Los desnudo
Los llevo a la superficie
A flor de tierra
Donde está esperándolos
El nido de la acústica.
DEL PECADO Y SU SIMBOLO
Amor,
Yo he mancillado las entrañas del
árbol.
Las golondrinas volaron del alero
hacia extraños veranos.
Amor,
no repitas la plegaria del árbol
ni me digas amante.
El silencio del agua, desde el límite
de tu absurda presencia,
desparramó la ausencia de mis huecas
palabras.
Maldigo entre las sombras, el espejo
que copia de mi boca su mueca
descarnada,
y el polvo de mis huesos se mece en
tus trigales
y de insomnio, ríe el alma.
Si he mancillado el árbol en su
efigie
y bebo del licor de la amapola en su
cráneo de mieles
si he hundido mi violento meditar
inaudito
en el cielo de brumas que me cubre
las sienes
si el huerto se estremece de mi
propio cadáver
si el fuego me circunda,
si he bebido el venero de mi celeste
arteria
¿Qué podría ofrecerte?
Después que fui contigo al
Apocalipsis,.
se trastocó de hieles mi copa
rebosante,
y después el andar, y el andar y
después.
la muerte con su muerte…
No. Ya no podría serte.
¿No ves que la muralla, y el abismo y
la hoguera
me separan del alma?
Amor, no repitas la plegaria del
árbol
que me quema los ojos una lagrima
tuya
y he de vencer la absurda fortaleza
del llanto.
Amor,
no repitas la plegaria del árbol
ni me digas amante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario